Ni noble, ni bueno, ni sagrado
Nota de prensa
“Lo material estaba tan intrincado en lo espiritual
que se transcendía a sí mismo, sin dejar de ser material”
César Aira
Las obras reunidas en esta exposición remiten a una estética religiosa que, a pesar de haberse diluido en nuestra sociedad aparentemente laica, todavía atraviesa muchas formas de vida, a partir del contacto con una cadena infinita de imágenes, objetos y creencias que descansan en la duermevela del inconsciente colectivo.
Tanto en su aspecto sensible, como en el posible sentido trascendental que invocan, presentamos trabajos concebidos para una liturgia menor, que toman de manera literal imágenes, formas y componentes orgánicos que cuesta separar de un sistema de creencias concreto, independientemente de si es compartido o no. Es decir, son artefactos simbólicos incluso a su pesar, silenciosos, rodeados de un halo de humildad, en ocasiones miniaturizados. Ajenos a un sentido monumental o grandilocuente, ya que su escala, nada espectacular, los sitúan cerca de aquella máxima de la cultura popular que afirma que Dios está en los detalles. Esto es, del lado de lo trivial y quizás del buen uso de la ironía, bajo la influencia de una pulsión naturalista y no bajo la majestuosidad que comparte mucho del arte producido bajo los supuestos políticos de las grandes religiones.
Lejos así de gestos maximalistas que soslayan que lo espiritual no necesariamente entraña una posición piadosa, ni tampoco una visión sobrenatural de lo incorpóreo, sino una apertura a la inmanencia y al afecto que nos implica en el mundo, al catalizar el contacto entre cuerpos y cosas; y lejos, a su vez, de una visión evolutiva de las artes, cuyo relato teleológico celebra cómo lo contemporáneo abandonó sin más toda implicación religiosa a medida que el siglo XX avanzaba. El conjunto de piezas que presentamos dispone estrategias como el anacronismo, la sinécdoque o la apropiación, evidenciando un decidido amor por la materia y la vida. Una celebración sorda, o quizás un duelo festivo por un mundo siempre al borde del abismo, donde morir y muerte no son lo mismo. La sensación de final necesario que intentan amortiguar estos trabajos explora zonas oscuras, recuerdos e intuiciones, que se asocian con la familiaridad de materiales como la madera, la piedra o el hilo, componiendo una serie de alegorías rebosantes de misterio. Proponemos, así, un trayecto jalonado de supervivencias, retornos y evocaciones de una sensibilidad que es propia y a la vez ajena, donde se retuerce ritos y mitos heredados, para proponer otros nuevos, más plásticos, en una exuberancia iconoclasta no exenta de una religiosidad enfrentada al monoteísmo.
Como un niño ensimismado con su juguete, el artista opera de manera lúdica. Abstrae significados y juega con los significantes, los retuerce sin compasión, para darles otra forma, en un diálogo repleto de paradojas y violencias simbólicas, que tiene como fin desterritorializar lugares comunes. Para su hambre profanadora no hay nada ajeno a su voluntad. De igual forma que tampoco nada queda reservado al ámbito de Dios. Y, sin embargo, de su celo por los objetos y las imágenes, cuando cada profanación implica la posibilidad de pensar qué representa hoy lo sacro y en qué medida debemos alterar sus coordenadas, se desprende una cierta fe en las propias operaciones que sus manos consuman: una fe en el mismo hecho artístico y en el campo de posibilidades que articula. Sacralizar lo profano y profanar lo sagrado. Que en tiempos de la nueva pastoral del mercado, para la que cualquier objeto y operación es capaz de generar plusvalía, significa poner en entredicho el valor de uso y el valor de cambio que dicta esta lógica. Es decir, volver la vista sobre objetos y artefactos aparentemente viejos, frágiles, inútiles o exiguos, al borde de la desaparición total, como una técnica para “recuperar” (Debord) lo pequeño, lo cotidiano y lo menos productivo. Así poner en entredicho todo un sistema de referencias temporales que apunta hacia la construcción de un presente que se mide en términos de eternidad, de un futuro que no llega, cuando el goce y la voluptuosidad nunca andan lejos, danzando alrededor de que aquello que no es ni noble, ni bueno, ni sagrado.
Alfredo Aracil
«…cuando cada profanación implica la posibilidad de pensar qué representa hoy lo sacro y en qué medida debemos alterar sus coordenadas, se desprende una cierta fe en las propias operaciones que sus manos consuman: una fe en el mismo hecho artístico y en el campo de posibilidades que articula. Sacralizar lo profano y profanar lo sagrado».