SCROLL
Nota de prensa
El vocablo inglés stroll [paseo] que procede del alemán strolch [vagabundo], difiere sólo en una letra de la anglosajona scroll [pergamino], palabra que sigue haciendo referencia al desplazamiento pero hoy globalmente más utilizada en entornos digitales y no propiamente analógicos. Si bien la práctica del paseo en cuanto a la intensificación de la vida psíquica que comporta poco tiene que ver con el mero desplazamiento, ambas palabras tienen en el contexto actual una connotación escapista en el ejercicio de nuestras rutinas. Las doce obras que se muestran en esta exposición, entendidas dentro de la práctica de cada uno de los artistas presentes, enlazan con la idea del paseo, ya sea de una manera fugaz o reposada, obligada o voluntaria, física o virtual, en entornos naturales o construidos.
Esta exposición se concibió a finales del año pasado, sin la necesidad de construir un relato definido. Dados los acontecimientos, pero lejos de buscar un oportunismo en los discursos presentes, se hace difícil que no dejen huella. La ausencia, el aislamiento, el tiempo extendido, la pantalla de ordenador como ventana a la realidad, son circunstancias endógenas presentes en esta muestra consecuencia del anhelado contacto con la naturaleza o con los tiempos rápidos de la vida urbana.
El efecto lírico en los trabajos de Antonio Rovaldi y de Miguel Marina puede tener su origen en la naturaleza que representan. Rovaldi se interesa por aproximar las distancias mentales y las percepciones reales a través de la experimentación física en el paisaje. Hace unos años decidió cartearse con el hoy octogenario individuo que encontró el cuerpo sin vida del poeta Robert Walser en un bosque de Suiza. El culmen del proyecto fue rememorar el paseo póstumo del escritor de la mano del entonces niño que descubrió a Walser tendido cerca de su granja. Una secuencia de fotografías capta los pequeños detalles presentes en la naturaleza adyacente, perpetuando a su vez la mirada del escritor. Esta melancolía confluye con las pinturas de Miguel Marina, donde los motivos se evaporan y remiten a una ensoñación, indefinida, donde se intenta circunscribir ciertas propiedades de la naturaleza como las del río o el firmamento a un ejercicio compositivo propio de la pintura.
En otra atmósfera de incitaciones paisajísticas no presenciales, pero sí cotidianas como las de Miguel Marina, deviene la obra de Enrique Radigales. Mediante una relación paradigmática con el mundo analógico, la pantalla de su ordenador toma el relevo de la ventana Romántica desde donde se descubría el paisaje, actualizada de presente a través de URL’s, o de pasado mediante secuencias de rutas de carpetas y archivos que permiten redescubrir al artista imágenes de una naturaleza ahora erosionada. En otros desplazamientos con tiempos más cronometrados, como son los que se dan en la pantalla de un videojuego o en un paisaje urbano, no pasan desapercibidos estímulos de otro orden que nos sobresaturan de información y capas. Un lienzo de gran formato de José Díaz remite al ruido de la ciudad tecnológica pero también a la idiosincrasia castellana mediante líneas horizontales que se perpetúan formando un paisaje mesetario. Esta sobreinformación es precisamente lo que Rovaldi quiere evitar protegiendo sus oídos al recorrer de extremo a extremo la isla de Manhattan. Los auriculares que utilizó, positivados después a cerámica, resultarían inútiles hoy para amortiguar el ruido, si no fuera por la cubierta que los aísla en esta exposición.
Al igual que Díaz, Pierre Descamps concurre las mega urbes. Recorre la ciudad (Nueva York, Berlín, Madrid…) en busca de arquitecturas y mobiliario urbano frecuentado por skaters, pero evitando en sus fotografías cualquier presencia física, revelando lugares que parecen inhabitados y distópicos. Si bien Díaz, en el ejercicio de su práctica, traslada el ambiente saturado de la ciudad al campo de lo expresivo, Descamps prefiere rememorar formalismos del siglo XX mediante una mirada mucho más aséptica.
Igual de neutra es la posición de Cristina Garrido, esta vez en lo que concierne a los mecanismos de promoción y valoración del objeto de arte. Aunque su trabajo poco tiene que ver con el corpus de esta muestra, hemos querido recuperar una obra que elaboró estando “encerrada” en casa en su época de estudiante en Londres: una elaborada copia a mano del texto de sala de una exposición de Hamish Fulton, artista conocido por recorrer largas distancias a pie. Ese ejercicio minucioso y exasperante actúa como metáfora del arduo camino que tienen que recorrer los artistas y como epílogo nos remite en el contexto actual a las ganas también de “pasar página” y emprender nuevos caminos.
«Las doce obras que se muestran en esta exposición, entendidas dentro de la práctica de cada uno de los artistas presentes, enlazan con la idea del paseo, ya sea de una manera fugaz o reposada, obligada o voluntaria, física o virtual, en entornos naturales o construidos».