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Nota de prensa
“Debéis olvidarlo todo”. Esta es la premisa con la que un hombre misterioso, de cráneo ancho y boca pequeña, disuadía a Betty y a Barney Hill de intentar entender qué les acababa de pasar. La historia sucedía en 1961, en las inmediaciones de Portsmouth, New Hampshire y constituye el primer caso documentado de una supuesta abducción alienígena. También, es uno de los muchos recortes de prensa que podemos encontrar en la colección personal de Armando Suárez (Gijón 1928-2002). Un artículo cuyo título nos interpela con la pregunta necesaria: “¿Historia o Fantasía?”
Ingeniero eléctrico y pintor autodidacta, aunque siempre ligado al mundo del arte a través de la galería familiar, la historia de Armando a secas, como le gustaba firmar, es una oportunidad para cuestionar los límites de lo real, de lo fantástico y para revisar el horizonte de nuestra historia del arte reciente.
Desde muy temprana edad Armando fue diagnosticado con lo que entonces se denominaba manía persecutoria, al alterar de forma recurrente los hechos en sospechas. Una condición que culminaría en un brote de esquizofrenia paranoide a sus 28 años y que él mismo atribuye en sus notas a una supuesta operación de hernia inguinal. Evento a partir del cual “comenzó todo el proceso de una tortura” que duraría el resto de su vida.
En contra de la recomendación de su psiquiatra, Armando se refugiará en la producción artística entre los años 50 y finales de los 90, dando forma a un cuerpo de obra desbordante. Una colección de paisajes en los que coexisten de manera inédita imágenes de la tranquila vida de provincias asturiana, la ciencia-ficción del fenómeno OVNI, el cambio climático, la ecología, o la realidad religiosa de una época que no podía entender la pintura como una forma de terapia.
Esta visión tan heterogénea no puede sin embargo reducirse al capricho del caso aislado: el imaginario de Armando se está desarrollando en paralelo a la crisis de la representación y del progreso técnico y científico que se viene dando en todo el mundo durante los años 60 y 70. Sin poder afirmar del todo que haya una consciencia del contenido estético y político de sus imágenes, lo que es seguro es que en Armando existe la misma intención de cuestionarlo todo: la necesidad de reconstruir su propia identidad política, moral y religiosa a través de un nuevo más allá científico.
En sintonía con esa redefinición histórica, esta primera exposición individual del artista en Madrid presenta su obra en una linealidad inversa, comenzando por los cuadros de su última etapa. Una selección de pinturas que destaca por su humildad en el uso del óleo sobre tabla y por cierta laxitud técnica que demuestra una prevalencia de lo simbólico sobre lo pictórico. En cierto sentido, podemos entender que la figura de Armando no es tanto la de un pintor preciso y formado, si no la de un artista que materializa una imaginación atípica a través de la pintura.
Durante más de cuatro décadas, al margen de toda historiografía, sus imágenes de platillos volantes han flotado como un fenómeno, ambiguo, raro; como un objeto no identificado. Un fenómeno que, como toda buena obra de arte, perturba los límites de nuestras categorías y responde a la dualidad “¿historia o fantasía?” de manera inequívoca: ambas.
Gracias a esta libertad interpretativa podemos fantasear con encontrar en algunas de sus simplificaciones formales el eco de artistas que nunca conoció, como pueden ser Milton Avery, Ballester Moreno o la libanesa Etel Adnan. En algunos de sus paisajes solares intuimos incluso reminiscencias al Miró más desconocido junto a composiciones que remiten a la fotografía sensacionalista de la época, desubicándonos aún más geográfica y temporalmente.
Es precisamente esta incapacidad de identificar el qué y el cuándo de sus imágenes lo que hace de su figura un caso relevante hoy, aportando una dimensión nueva al debate en torno a la identidad de aquellas subjetividades que históricamente han sido marginadas. Solo de esta manera podemos encajar en los años sesenta, en plena dictadura franquista, los paisajes celestes de una Asturias a medio camino entre la abstracción geométrica y el simbolismo americano; solo de esta manera podemos acercarnos a un pintor cuya obra no se conforma con los mitos de la pintura española de su época, si no con los de una contra-cultura mediática e internacional.
Armando no es solo el caso de un artista outsider, de un pintor pop, o de un paisajista olvidado por su condición psiquiátrica. Armando es todo a la vez.
«En contra de la recomendación de su psiquiatra, Armando se refugiará en la producción artística entre los años 50 y finales de los 90, dando forma a un cuerpo de obra desbordante. Una colección de paisajes en los que coexisten de manera inédita imágenes de la tranquila vida de provincias asturiana, la ciencia-ficción del fenómeno OVNI, el cambio climático, la ecología, o la realidad religiosa de una época que no podía entender la pintura como una forma de terapia.«.